“Los amantes no podían ni vivir ni morir el uno sin el otro. Separados, no era vida, ni tampoco muerte, sino vida y muerte a la vez." J. Bedier, Tristan e Isolda, XV.
Esperar en un café. Esperar. Últimamente se había convertido en una costumbre nada sana. Esperar a un amigo para desahogarme, esperar a una mujer para que me consuele. Esperar a Janis sabiendo que no iba a venir.
Una vez que si vino me dijo que no podíamos seguir juntos, que su familia no lo aceptaba y que no iba a aceptarlo nunca, que no tenia las fuerzas para luchar con su carrera, mi presencia en su vida y la continua batalla en su casa. Que me amaba pero que teníamos intereses distintos (¿?), que siguiéramos como antes...
Días después, en otro café volvió a venir: “Que no puedo vivir sin vos, que te extraño, que te llame a todos los teléfonos, te busque en todos los bares y no estabas... “(¿?)
No dejan de sorprenderme, nunca termino de aprender sobre ellas (pero debo decir que el costo era demasiado alto: Mi salud mental, ya de por si bastante deteriorada, y mi vida, peligraban demasiado con este aprendizaje).
La odie... El tema de los corazoncitos fucsia en su agenda me quemaba como un ácido, pero no podía decírselo... No se por que, pero no podía hablar de esto con ella; y ahora, esta cobardía suya, este dejarme solo en la estacada...
Estaba MUY enojado con ella y quise vengarme, como con La Maga, pero no sirvió. Fuimos a un telo de Av. Marquez (el “Colt”) un domingo a las tres de la tarde. Pasamos por todas las posiciones del Kama Sutra y del Ananga Ranga, la use como a un Efestion, como a un pederasta cualquiera, hice que se tragara mi semilla, la embadurné por completo con mi prole sin germinar, la cabalgue como a un caballo desbocado, permití que me monte como en un rodeo, la lamí por completo hasta el nacimiento del pelo. Salimos a las diez y media de la noche... Le encanto: Estaba feliz como una Susanita el día de su casamiento.
Pero no sirvió de nada. Ella me necesitaba de un modo físico solamente. Socialmente yo tenia vedados casi todos los ámbitos que frecuentaba (ni hablemos del familiar). Unas pocas veces me pidió que la acompañara a distintas reuniones, pero solo aquellas en donde mi presencia hacia juego con su ropa: Una obra de teatro under, algún recital de rock, unos pocos cumpleaños de amistades con intereses similares a los míos. En el resto de su vida, yo desentonaba, estaba fuera de lugar como chupete en el culo. Sencillamente: No le alcanzaba el amor.
El día que me pidió que me vaya, estaba solo en un café esperando a Chuck, escribiendo y dibujando. El me contuvo, me contó algo de su vida que guardaba similitudes con mi situación, pero en su caso el final había sido feliz.
Un día gris, de esos que tiene Buenos Aires en invierno durante el “veranito de San Juan”: Mucho calor y con una garúa finita y persistente. Estaba envuelto en una neblina de nostalgias y decidí tomar el tren. En la estación, mientras esperaba, me quede fascinado con una piba que bailaba sola arriba de unos escombros, empapada, loca perdida, de alcohol, merca o amor. Escuchaba la música que salía por el altoparlante y bailaba sola en precario equilibrio sobre unos ladrillos, debajo del chorrito de agua que caía por desagüe del techo del anden, cantando mal pero con un sentimiento visceral entre la gente que pasaba alrededor sin mirarla, indiferentes a su locura... Perdí dos trenes mirándola estupidizado, perdido entre los pezones rosados que se translucían de su remera blanca y pensando: “yo necesito algo así, alguien a quien no le importe una mierda de nada ni de nadie, alguien loco, en su propia nube de pedo, indiferente a la indiferencia y a lo que puedan decir u opinar y...”
Me estaba mirando. Levante la vista de sus pechos y me clavo esos ojos alucinados y... Me escape como rata por tirante, subí al tren que acababa de llegar y vi por la ventanilla que me seguía mirando, ya sin bailar, sin cantar. Solo parada ahí, mirándome como a través mío... Debería haberme quedado, intentar un acercamiento... Pero me fui.
Dos días después, en este café, esperando a Janis que me había vuelto a llamar y temblando de incertidumbre, con los nervios destrozados de no saber que iba a pasar, con que carajo iba a salir después.
Llego contenta, me beso, charlamos, nos reímos, tomamos cerveza. Era maravilloso: Todo estaba en orden, todo volvía a ser como antes. Estábamos relajados, felices, riéndonos a carcajadas, besándonos entre sorbo y sorbo, entre las colillas de los cigarrillos y salimos a la calle abrazándonos fuerte por el frío de la noche que empezaba a caer, mas enamorados que nunca. No pudimos esperar, muertos de deseo, empezamos en el asiento de atrás del remis, con el chofer mirando por el espejo retrovisor, sin que nos importe una mierda la calentura del pobre tipo y, en el telo, nos tomamos todo el tiempo del mundo, nos perdimos entre caricias y besos y abrazos y cogimos muchas veces, de muchas formas... Hasta el otro día en que nos subimos flotando al remis que por algún raro sortilegio de los Dioses o del Destino era el mismo que nos había traído, con el mismo chofer que seguía con la lengua afuera.
Antes de dejarla en su casa nos besamos como nunca nos habíamos besado antes y... Me dijo que estaba muy enamorada, que no podía manejar esos sentimientos, que me amaba tanto, tanto que había sido la ultima vez, que no la obligara a elegir entre su familia y yo y que ya no íbamos a estar juntos, que era mejor que no nos viéramos mas por lo menos por un tiempo la puta madre que la parió.
Ya era de día y camine solo hasta la estación de tren, buscando a la loca, a la que bailaba sola y alucinada bajo la llovizna y que, por supuesto, no estaba. Y no llovía, brillaba el sol... Pero yo tenia el alma llena de nubarrones.
Esperar en un café. Esperar. Últimamente se había convertido en una costumbre nada sana. Esperar a un amigo para desahogarme, esperar a una mujer para que me consuele. Esperar a Janis sabiendo que no iba a venir.
Una vez que si vino me dijo que no podíamos seguir juntos, que su familia no lo aceptaba y que no iba a aceptarlo nunca, que no tenia las fuerzas para luchar con su carrera, mi presencia en su vida y la continua batalla en su casa. Que me amaba pero que teníamos intereses distintos (¿?), que siguiéramos como antes...
Días después, en otro café volvió a venir: “Que no puedo vivir sin vos, que te extraño, que te llame a todos los teléfonos, te busque en todos los bares y no estabas... “(¿?)
No dejan de sorprenderme, nunca termino de aprender sobre ellas (pero debo decir que el costo era demasiado alto: Mi salud mental, ya de por si bastante deteriorada, y mi vida, peligraban demasiado con este aprendizaje).
La odie... El tema de los corazoncitos fucsia en su agenda me quemaba como un ácido, pero no podía decírselo... No se por que, pero no podía hablar de esto con ella; y ahora, esta cobardía suya, este dejarme solo en la estacada...
Estaba MUY enojado con ella y quise vengarme, como con La Maga, pero no sirvió. Fuimos a un telo de Av. Marquez (el “Colt”) un domingo a las tres de la tarde. Pasamos por todas las posiciones del Kama Sutra y del Ananga Ranga, la use como a un Efestion, como a un pederasta cualquiera, hice que se tragara mi semilla, la embadurné por completo con mi prole sin germinar, la cabalgue como a un caballo desbocado, permití que me monte como en un rodeo, la lamí por completo hasta el nacimiento del pelo. Salimos a las diez y media de la noche... Le encanto: Estaba feliz como una Susanita el día de su casamiento.
Pero no sirvió de nada. Ella me necesitaba de un modo físico solamente. Socialmente yo tenia vedados casi todos los ámbitos que frecuentaba (ni hablemos del familiar). Unas pocas veces me pidió que la acompañara a distintas reuniones, pero solo aquellas en donde mi presencia hacia juego con su ropa: Una obra de teatro under, algún recital de rock, unos pocos cumpleaños de amistades con intereses similares a los míos. En el resto de su vida, yo desentonaba, estaba fuera de lugar como chupete en el culo. Sencillamente: No le alcanzaba el amor.
El día que me pidió que me vaya, estaba solo en un café esperando a Chuck, escribiendo y dibujando. El me contuvo, me contó algo de su vida que guardaba similitudes con mi situación, pero en su caso el final había sido feliz.
Un día gris, de esos que tiene Buenos Aires en invierno durante el “veranito de San Juan”: Mucho calor y con una garúa finita y persistente. Estaba envuelto en una neblina de nostalgias y decidí tomar el tren. En la estación, mientras esperaba, me quede fascinado con una piba que bailaba sola arriba de unos escombros, empapada, loca perdida, de alcohol, merca o amor. Escuchaba la música que salía por el altoparlante y bailaba sola en precario equilibrio sobre unos ladrillos, debajo del chorrito de agua que caía por desagüe del techo del anden, cantando mal pero con un sentimiento visceral entre la gente que pasaba alrededor sin mirarla, indiferentes a su locura... Perdí dos trenes mirándola estupidizado, perdido entre los pezones rosados que se translucían de su remera blanca y pensando: “yo necesito algo así, alguien a quien no le importe una mierda de nada ni de nadie, alguien loco, en su propia nube de pedo, indiferente a la indiferencia y a lo que puedan decir u opinar y...”
Me estaba mirando. Levante la vista de sus pechos y me clavo esos ojos alucinados y... Me escape como rata por tirante, subí al tren que acababa de llegar y vi por la ventanilla que me seguía mirando, ya sin bailar, sin cantar. Solo parada ahí, mirándome como a través mío... Debería haberme quedado, intentar un acercamiento... Pero me fui.
Dos días después, en este café, esperando a Janis que me había vuelto a llamar y temblando de incertidumbre, con los nervios destrozados de no saber que iba a pasar, con que carajo iba a salir después.
Llego contenta, me beso, charlamos, nos reímos, tomamos cerveza. Era maravilloso: Todo estaba en orden, todo volvía a ser como antes. Estábamos relajados, felices, riéndonos a carcajadas, besándonos entre sorbo y sorbo, entre las colillas de los cigarrillos y salimos a la calle abrazándonos fuerte por el frío de la noche que empezaba a caer, mas enamorados que nunca. No pudimos esperar, muertos de deseo, empezamos en el asiento de atrás del remis, con el chofer mirando por el espejo retrovisor, sin que nos importe una mierda la calentura del pobre tipo y, en el telo, nos tomamos todo el tiempo del mundo, nos perdimos entre caricias y besos y abrazos y cogimos muchas veces, de muchas formas... Hasta el otro día en que nos subimos flotando al remis que por algún raro sortilegio de los Dioses o del Destino era el mismo que nos había traído, con el mismo chofer que seguía con la lengua afuera.
Antes de dejarla en su casa nos besamos como nunca nos habíamos besado antes y... Me dijo que estaba muy enamorada, que no podía manejar esos sentimientos, que me amaba tanto, tanto que había sido la ultima vez, que no la obligara a elegir entre su familia y yo y que ya no íbamos a estar juntos, que era mejor que no nos viéramos mas por lo menos por un tiempo la puta madre que la parió.
Ya era de día y camine solo hasta la estación de tren, buscando a la loca, a la que bailaba sola y alucinada bajo la llovizna y que, por supuesto, no estaba. Y no llovía, brillaba el sol... Pero yo tenia el alma llena de nubarrones.